sexta sección

  La raíz corporal  que explica la función administradora de la muerte :

La operatividad de estas sanciones descansa justamente en la condición finita de la corporalidad humana: si fuésemos seres  infinitos la amenaza de sanción no tendría ningún efecto en nuestro accionar. El temor al castigo opera sobre nuestra condición finita, las instituciones son siempre, en última instancia administración de la muerte; pues en toda amenaza está sugerida la posibilidad de la muerte.


Definitivamente, las reglas institucionales acopladas por el ser humano debilitan la vida, de su suelo y para mismo desarrollo y protección han surgido. Vehículos para el despliegue de una vida mejor posible, son también vehículos de negación de la vida, de sacrificios, de sanciones y de muerte.


El desarrollo de la vida y la administración de la muerte: 

Todo este proceso  de las relaciones humanas es,  inevitable, pues resulta de la finitud humana, al tiempo que expresa su infinitud. Pero su inevitabilidad no significa que sus consecuencias sean neutras para la vida. Por el contrario, se trata de un proceso ciertamente amenazador, que no debe ser librado nunca a su propia lógica. En efecto, las instituciones creadas para permitir el desarrollo humano, tienden a independizarse del hombre, a someterlo e, incluso, se convierten irremediablemente en poderes que amenazan matar o directamente matan. Este fenómeno, es inherente a todas las instituciones, pero son las dos macro-instituciones por antonomasia −el mercado y el Estado− las que develan prototípicamente esa extraña dialéctica donde el movimiento que surge habilitar el despliegue de la vida se entreteje con la permanente amenaza de la muerte.

En el caso del mercado, cabe señalar que,  su emergencia no es un hecho histórico contingente, sino que arraiga en la condición humana misma. Sin él no sería posible trascender el mundo limitado de la experiencia inmediata que supone una división social del trabajo de tipo tribal, donde la asignación de recursos y de tareas puede ser coordinada con un criterio de transparencia, mediante una planificación consciente, que asegure a priori la satisfacción de las necesidades de todos. La institución mercado permite el desarrollo de una sociedad compleja, en la que se establecen relaciones abstractas entre los individuos, y surgen y se despliegan infinidad de potencialidades; pero introduce una coordinación del trabajo automática, a través de las reglas abstractas de la oferta y la demanda, que se imponen de forma a posteriori y a espaldas de los productores directos. De allí que la relación entre mercado y muerte esté opacada e invisibilizada: la vida y la muerte parecen ser distribuidas arbitrariamente por la naturaleza misma, sin que tenga algo que ver en esa distribución la responsabilidad humana. Lo cierto es que, al hacerse abstracción de las necesidades (de la corporalidad mortal y necesitada de los seres humanos), se deja librada al mercado la decisión acerca de quién vivirá y quién no vivirá, quién permanecerá integrado al circuito natural de la vida humana y quién será excluido y condenado a muerte. Entonces, la institución mercado, a través de la ley de la oferta y la demanda, se cobra sus deudas en vidas. El “dejar hacer, dejar pasar” como ley del mercado es también un “dejar morir”.



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